viernes, 4 de octubre de 2019

Empiece a preparar a sus hijos para el cambio climático





Transcribo este artículo escrito por Andrés Rozo Grisales Director de AISO - Academia de Innovación para la Sostenibilidad una fundación colombiana y publicado en el portal Dinero Este artículo contiene elementos que comparto sobre la educación necesaria para formar a los ciudadanos para actuar en función de los cambios negativos que está generando la crisis climática.

El hecho de que esté publicado por una revista dirigida a un público del sector empresarial es indicativo de que dentro de ese sector comienzan a tomarse en serio la emergencia que estamos viviendo.

Sería muy importante que en Venezuela también comencemos a tomar en serio la necesidad de educar a la población para la adaptación al cambio climático o mejor dicho para la acción frente a la crisis climática en un país en emergencia humanitaria compleja.

El futuro es hoy.

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Empiece a preparar a sus hijos para el cambio climático

Andrés Rozo Grisales 

Hace unos días, luego de regresar de un nuevo conversatorio sobre los mitos y las realidades del cambio climático, encontré a mi sobrino de 6 años.

Él notó en mi cara y en mi silencio un viso de preocupación. Le conté sobre este evento y le expliqué de una manera lúdica e ilustrativa, pero sin buscar generar en él un pánico innecesario, una realidad que tiene que comprender a pesar de su edad.

Mi sobrino simplemente dijo, de manera muy acertada, algo que me motivó a escribir este artículo: “¿y cómo será entonces el futuro cuando tenga tu edad tío?”

Cuando Bogotá era tierra fría

Recuerdo las charlas de colegio con mis amigos justo antes de que empezaran las vacaciones. “¿Y usted qué va a hacer?, ¿pa‘ dónde van con sus papás?”, eran las preguntas que nos lanzábamos.

No importaba a donde fuera, lo importante era salir de Bogotá y tener por lo menos quince o veinte días sin madrugar, sin la expectativa de clases y evaluaciones. Con seguridad, si alguien que haya nacido en los 80 está leyendo esto, se identificará con lo que estoy diciendo.

En medio del intercambio de respuestas a las preguntas anteriormente nombradas, había un decir que se mencionaba comúnmente en el momento de referirse a las tan anheladas vacaciones: “¡nos vamos pa‘ tierra caliente!”.

Esta frase calaba muy bien, lo recuerdo. Levantarse para ir al colegio a mediados de los 80 era una lucha por no desapegarse de las cobijas del frío que se sentía. Ver como se usaban las chaquetas (bomber) en mi ciudad me transporta de nuevo a aquellas épocas en las que Bogotá era tierra fría.

Hoy le cuento esta anécdota a mis sobrinos que están en el colegio y les parece extraño ese dicho. Y sí, es que la temperatura ha aumentado en mi ciudad y aquellas personas de los 60, 70 y 80 lo notamos, y los más jóvenes toman este clima como algo normal, como si así hubiese sido siempre.

Una vez más, confirmo que el fenómeno del cambio climático sí existe. Pero, lo que aún se me dificulta es poder imaginarme la cantidad de escenarios que van a surgir a partir del aumento en un 1,5°C de la temperatura global entre los años 2030 y 2052, tal como lo indica el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas.


¿Medidas de adaptación ante el cambio climático? Un nuevo chip para los niños

Es necesario darle más fuerza al debate sobre la educación ambiental en el país para ir pasando de las ideas a las acciones, de las acciones a los hábitos y de esto último, hacia una nueva cultura de relacionamiento social en un entorno más calentano. Así que, a lo que a continuación planteo, toca ponerle filtro, criticarlo, apoyarlo o mejorarlo; en otras palabras, necesitamos que se hable más sobre temas como los siguientes:


  • ¿Qué valores y cosmovisiones necesitamos construir como sociedad para afrontar el cambio climático?
  • ¿Qué competencias, habilidades y sobre todo fortalezas, necesitamos ir desarrollando para que las niñas y los niños de hoy (sus hijas e hijos), sean personas más resistentes y adaptadas ante un entorno más caliente, con mayor escasez hídrica, con probables dificultades en el acceso de alimentos, con mayores escenarios de migraciones y probable aumento de la inseguridad?

Entiéndase que estas dos preguntas no constituyen una apología al miedo. No son tampoco, una redacción pesimista sobre una eventual situación venidera. Por el contrario, son una orientación reflexiva que invita de manera positiva y constructiva a pensar sobre lo que hay que hacer para llegar mejor preparados y adaptados al mañana que es ya.

En ese orden de ideas, cuando se piensa en educar a los más jóvenes ante el cambio climático, vale la pena pensar un poco más allá de los temas ya ampliamente discutidos como lo son el reducir la huella de carbono o hídrica de cada persona, el aumentar la tasa de reciclabilidad o el consumo de productos orgánicos, etc.

Es lo que necesitamos incluir en la educación que se imparte en los jardines infantiles, en el colegio y sobre todo en el hogar, aquellos valores como la solidaridad, la suficiencia, la autonomía, la colaboración, e incluso, la resistencia física y mental ante situaciones adversas de escasez (nota, en el conversatorio al que asistí, un participante expuso una idea que hoy suena descabellada y extremista pero que se planteó como una hipótesis: entrenar a los niños a resistir y afrontar momentos prolongados sin consumir alimentos. No es un tener ser, es tan solo una idea).

Es indudable que el cambio climático ya está empezando a repensar no solamente los hábitos de consumo de “las futuras generaciones”, sino también sus interacciones sociales y destrezas para reaccionar favorablemente de manera mental como física ante situaciones extremas.

Tal como se analizan e implementan en la actualidad las medidas de adaptación en temas como la infraestructura, el acceso al agua o la agricultura, es hora de empezar a sentar las bases de una educación para las niñas y los niños del presente que serán los adultos del futuro en donde Bogotá, por ejemplo, será una ciudad muy diferente a como lo es hoy en términos climáticos.

En conclusión y a manera de cierre del artículo, expongo la siguiente pregunta mucho más global: ¿cómo debemos replantear la educación en Colombia dentro del marco del cambio climático?

¡Hasta el próximo jueves!







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